Las mañanas y los días son todos iguales, los periódicos parecen
dar el mismo tipo de noticias y siempre en las mismas proporciones, 80% malas
15% buenas y 5% esquelas, crucigramas y anuncios. Hace muchos años que deje de
comprarlo.
Tras la larga enfermedad de mi abuela, con final fatal abandone mi
cómodo puesto de trabajo en las torres Kio
por algo menos frívolo, me sentía mal engañando a la gente eso no podía
ser un estilo de vida a sí que antes de que mandaran a 5000 personas para la
calle yo decidí salir por la puerta grande por voluntad propia. Fue como si me
sacaran una losa de encima.
Siempre viví con mi abuela y ahora a su muerte había heredado el pequeño piso de Carabanchel. Precisamente
no es una joya de barrio pero cuando creces allí pasas a formar parte de él.
Era un pequeño bloque de apenas 10 vecinos con solo 3 plantas y
bajo. Recubierto de estuco de color crema con un borde blanco en las ventanas
que lucían un tamaño humilde como el de sus ocupantes y no por eso las vistas
eran peores. Desde las grandes cristaleras de las torres Kio parecía que tuvieras el mundo a tus pies como
si fueras el amo y señor. Desde la ventana de la cocina de mi abuela de 60 x 60
cm se veía la vida, la gente y sus sueños. Vidas como la mía, vidas tristes
algunas otras miserables, ajenas, solitarias, fugaces…había muchos estilos de
vida en Carabanchel. Yo estaba en el grupo de las solitarias.
Habían cambiado mucho las cosas, me tome una jornada de reflexión
antes de buscarme otro trabajo me merecía un descanso. De la facultad de económicas
a torres Kio, no había hecho otra cosa. Dedique seis meses a no hace nada,
leer, salir a la compra, ordenar el piso y poco más.
Un día luminoso de
primavera leyendo el patético periódico vi un anuncio para trabajar de
dependienta en la pastelería mas céntrica de Madrid y una de las más conocidas "La
Mallorquina". Me pareció que había un abismo muy grande entre las torres
Kio y La Mallorquina y eso era justo lo
que yo quería algo que me separara de ese pasado ruin al que mis jefes me
abocaron.
-una caja de violetas por favor y un cruasán
-2.50
Si amigos salte el abismo me habían cogido en La Mallorquina y era feliz.
Aunque los días se volvían mas monótonos, casa, metro, trabajo,
metro, casa. Me había acostumbrado a esa rutina y no me parecía mala, mis
emociones mas fuertes las viví en las novelas y me sentía feliz porque en el
fondo esas vidas, esas catástrofes, esos amores, eran ajenos a este cruel
mundo, eran fantasías indoloras de papel, con muertes de mentira, besos
irreales, guerras sin bajas y villanos
de celulosa.
Todos los días me subía al metro en Carabanchel con parada en el
Callao y todos los días el mismo hombre sentado en el mismo sitio retiraba su
chaquetón para dejarme el asiento libre. En su regazo llevaba un pequeño
portátil donde escribía y escribía. Primero pensé que sería un ejecutivo con
papeleo del trabajo pero pasados varios días la curiosidad me puedo y comencé a
leer de forma disimulada sus textos, era una novela¡¡ como no podía ser de otra
manera me enganche a ella. Yo bajaba en mi parada y el seguía, todos los días
pensaba que me perdería en ese tramo que yo no leía.
Al llegar la noche me dirigía presurosa al metro a mi sesión de
lectura, allí estaba el con su chaquetón doblado como si me guardara el asiento
en el cine.
Retiro su abrigo me acomode y empecé a leer y a si todos los días
del mes. yo creo que él sabía que estaba leyendo su novela pero no le
importaba, quizás hasta le gustara. Un buen día el se dirigió a mí.
-quizás deberíamos quedar para tomar un café
-quizás. Respondí
-¿que le parece hoy a la salida del trabajo?
-me parece genial los viernes son un buen día .
-usted coge el metro en Callao espéreme allí me bajare yo.
Y allí estaba de pie en la boca de metro del Callao esperando a un
anónimo personaje de la vida Madrileña.
Con un largo abrigo negro que ondeaba a cada paso y su maletín en
la mano, ascendía las escaleras con una media sonrisa ladeada y una mirada azul
hielo que hasta ahora no había reparado en ella y en estos momentos me congelo
cada gota de mi escasa sangre.
-hola
-hola
-tenía mis dudas de que acudieras a esta cita
-Madrid se hace pequeño cuando una está sola, siempre viene bien
conocer gente nueva. Hace frio, aquí cerca hay un café que pone unas porras
buenísimas ¿qué le parece?
-a mi bien, seguramente esas porras no superaran en buenas a la
compañía.
-eso me lo cuenta al final del café.
-me llamo Pedro
-yo Clara, encantada.
Dos besos fríos como su
mirada se posaron en mis mejillas.
Nos contamos nuestras vidas a si por encima como se suele hacer
con los desconocidos, aficiones música, libros¡¡ cuando llegamos a este punto
no pude evitar confesarme lectora asidua de su novela. Por supuesto no conseguí
mantener mi rubor a ralla que ponía al descubierto mi faceta cotilla.
-¿te gusta lo que lees Clara? Espero que no seas muy dura es mi
primera novela.
-me gusta lo que leo aunque sean retazos, me gustan los
personajes, el es tan misterioso y a la vez pícaro es como si llevara un niño travieso
dentro. No seria difícil enamorase de un hombre a si
-¿qué opinas de Francesca?
-oh¡¡ Francesca¡¡ la envidio, parece una mujer sofisticada pero
sencilla que goza de esa pasión incondicional en brazos de él.
Hablamos durante varias horas de su novela me conto un poco por
encima de que iba y me entusiasmo más aun, le insistí en poder leerla un día y me prometió imprimir lo que tenia para que pudiera
leerlo.
Después de esa noche seguimos con nuestra rutina de siempre yo me subía
al metro el me guardaba el sitio, el escribía y yo leía por supuesto con mayor
descaro y con total libertad de poder hablar y comentar. Empezamos a quedar los
viernes en el mismo café para hablar, reír y compartir, lo habíamos convertido
en una rutina mas de nuestros días que no podíamos ni queríamos romper.
En el
metro cuando se acercaba mi parada siempre me daba dos besos y un buenas noches
pero en uno de esos días sin permiso y como acto voluntario y espontaneo me
beso en los labios de forma tierna y fugaz. Fue una sorpresa bien recibida me mordí
el labio inferior y por dentro pedía mas, más que el metro aun no se paro. Pero
no hubo más.
Al día siguiente de ese beso estaba más silencioso y taciturno y no
dije nada leí esperando alguna reacción por parte de él y a una parada de mi
destino me propuso quedar la tarde del sábado.
-me gustaría pasar la tarde a solas contigo
-a solas¡¡ alejarnos del mundo¡¡ explícamelo mejor Pedro le dije
picara
-tú y yo entre cuatro paredes.
-¿como los protagonistas de tu novela?
-si
-acepto
Fue una de las mejores tardes de mi vida y disfrute de la
felicidad de amar y ser amado, no sé si está soltero, casado o que, realmente
eso no me importa, ni siquiera se lo pregunte. En el metro de vuelta, cada uno
a su destino y sumidos en un silencio cómplice el escribía y yo leía, cuando el
metro anuncio mi parada me levante y mirándole le dije:
-hoy me siento Francesca.
Irene Adler
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